Corso (1965) Rodolfo Walsh
Corso
Vos
sabés cómo nos divertimos, el corso era un asco pero nosotros nos
divertimos igual. El Ángel se consiguió unos plumachos, dice que
los trajo de la isla y que crecen en una planta, pero eran como
plumas de avestruz. Después me fijé que en un quiosco los vendían
a veinte sopes cada uno, qué atorrantes, imaginate que esas cosas
crecen en los árboles y los tipos las venden a veinte mangos.
Hacía
un tornillo que te la debo, pero igual las minas andaban casi en
bolas en las carrozas, yo siempre digo que estas ñatas con tal de
andar en bolas hacen cualquier cosa. El Ángel y yo empezamos a
pasarles los plumachos por las gambas, vos sabés qué plato. A las
tipas les gustaba, pero algunas ponían cara seria para disimular,
vamos, viejo, a quién no le gusta que le hagan cosquillitas. Un
jetón que iba en una picá llena de florcitas le dijo al Ángel por
qué no se las metés a tu abuela y el Ángel le refregó el plumacho
por la cara. El tipo hizo como que se bajaba pero cuando nos vio las
caras subió el vidrio y la dejó a la hermanita en el capó y el
Ángel le rompió tres plumachos entre las gambas, estuvo exagerado.
Pero
lo grande fue cuando vino el hindú en un forcito del tiempo e mama.
Este hindú venía todo desnudo, menos un calzoncillo cerradito y un
turbante en el melón con una piedra divina, te lo juro. Iba sentado
en el capó, con las patas cruzadas, seguro que lo vio en el cine.
Con una mano se agarraba la barriga, y con la otra se tocaba la
piedra del melón y después el pecho y saludaba, hablando bajito en
un idioma. Pero lo mejor que hacía este hindú era que en cada
bocacalle se tomaba un trago de un frasquito, prendía un fósforo y
escupía unas llamaradas de samputa.
Cuando
el Ángel lo vio, se quedó enloquecido y empezamos a seguirlo. Yo le
decía dejáme de joder, mirá las minas, y el Ángel nada, el hindú
lo tenía entusiasmado, lo miraba de arriba abajo como si fuera
Nélida Roca. Ahí supe que iba a hacer una cagada, porque el Ángel
será lo que vos quieras, menos eso. Cuando quise acordar estábamos
frente al palco el hindú con el forcito y al lado el Ángel y yo
detrás. Entonces el hindú mirando el palco donde estaba el
intendente, echa la cabeza para atrás y se manda un trago doble de
la nasta, y mirando al cielo se arrima el foforito. Y en eso lo veo
al Ángel que levanta el plumacho y lo toca justito en el hueso de la
garganta, y el hindú empieza a escupir fuego hasta por los ojos y se
siente un olor a bife que no te cuento, el hindú parece que se
quema, y yo hago lugar para los bomberos, o sea que me rajo. Y por la
otra vereda lo veo al hindú que lo corre al Ángel, y ya no le habla
en el idioma sino que le dice la puta que te parió, la puta que te
parió, y menos mal que no lo agarra porque si no lo mata.
Al
rato nos encontramos con el Ángel en la estación, el Ángel hace
como que me habla en el idioma, y nos meamos de la risa, viejo, vos
sabés qué plato.
Publicado
en Los
Oficios Terrestres, 1965
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