Lejana (1951) J. Cortázar
Diario
de Alina Reyes.
12 de
enero
Anoche fue otra vez, yo tan cansada de pulseras y farándulas, de
pink champagne y la cara de Renato Viñes, oh esa cara de foca
balbuceante, de retrato de Doran Gray a lo último. Me acosté con
gusto a bombón de menta, al Boogie del Banco Rojo, a mamá bostezada
y cenicienta (como queda ella a la vuelta de las fiestas, cenicienta
y durmiéndose, pescado enormísimo y tan no ella.)
Nora que dice dormirse con luz, con bulla, entre las urgidas
crónicas de su hermana a medio desvestir. Qué felices son, yo apago
las luces y las manos, me desnudo a gritos de lo diurno y moviente,
quiero dormir y soy una horrible campana resonando, una ola, la
cadena que Rex arrastra toda la noche contra los ligustros. Now I lay
me down to sleep... Tengo que repetir versos o el sistema de buscar
palabras con a, después con a y e, con las cinco vocales, con
cuatro. Con dos y una consonante (ala, ola), con tres consonantes y
una vocal (tras, gris) y otra vez versos, la luna bajó a la fragua
con su polisón de nardos, el niño la mira mira, el niño la está
mirando. Con tres y tres alternadas, cábala, laguna, animal; Ulises,
ráfaga, reposo.
Así paso horas: de cuatro, de tres y dos, y más tarde
palindromas. Los fáciles, salta Lenin el Atlas; amigo, no gima; los
más difíciles y hermosos, átale, demoníaco Caín o me delata;
Anás usó tu auto, Susana. O los preciosos anagramas: Salvador Dalí,
Avida Dollars; Alina Reyes, es la reina y... Tan hermoso, éste,
porque abre un camino, porque no concluye. Porque la reina y...
No, horrible. Horrible porque abre camino a esta que no es la
reina, y que otra vez odio de noche. A esa que es Alina Reyes pero no
la reina del anagrama; que será cualquier cosa, mendiga en Budapest,
pupila de mala casa en Jujuy o sirvienta en Quetzaltenango, cualquier
lado lejos y no reina. Pero sí Alina Reyes y por eso anoche fue otra
vez, sentirla y el odio.
20 de
enero
A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan. Puedo
solamente odiarla tanto, aborrecer las manos que la tiran al suelo y
también a ella, a ella todavía más porque le pegan, porque soy yo
y le pegan. Ah, no me desespera tanto cuando estoy durmiendo o corto
un vestido o son las horas de recibo de mamá y yo sirvo el té a la
señora de Regules o al chico de los Rivas. Entonces me importa
menos, es un poco cosa personal, yo conmigo; la siento más dueña de
su infortunio, lejos y sola pero dueña. Que sufra, que se hiele; yo
aguanto desde aquí, y creo que entonces la ayudo un poco. Como hacer
vendas para un soldado que todavía no ha sido herido y sentir eso de
grato, que se lo está aliviando desde antes, previsoramente.
Que sufra. Le doy un beso a la señora de Regules, el té al chico
de los Rivas, y me reservo para resistir por dentro. Me digo: "Ahora
estoy cruzando un puente helado, ahora la nieve me entra por los
zapatos rotos." No es que sienta nada. Sé solamente que es así,
que en algún lado cruzo un puente en el instante mismo (pero no sé
si es en el instante mismo) en que el chico de los Rivas me acepta el
té y pone su mejor cara de tarado. Y aguanto bien porque estoy sola
entre esas gentes sin sentido, y no me desespera tanto. Nora se quedó
anoche como tonta, dijo: "¿Pero qué te pasa?" Le pasaba a
aquélla, a mí tan lejos. Algo horrible debió pasarle, le pegaban o
se sentía enferma y justamente cuando Nora iba a cantar a Fauré y
yo en el piano, mirándolo tan feliz a Luis María acodado en la cola
que le hacía como un marco, él mirándome contento con cara de
perrito, esperando oír los arpegios, los dos tan cerca y tan
queriéndonos. Así es peor, cuando conozco algo nuevo sobre ella y
justo estoy bailando con Luis María, besándolo o solamente cerca de
Luis María. Porque a mí, a la lejana, no la quieren. Es la parte
que no quieren y cómo no me va a desgarrar por dentro sentir que me
pegan o la nieve me entra por los zapatos cuando Luis María baila
conmigo y su mano en la cintura me va subiendo como un calor a
mediodía, un sabor a naranjas fuertes o tacuaras chicoteadas, y a
ella le pegan y es imposible resistir y entonces tengo que decirle a
Luis María que no estoy bien, que es la humedad, humedad entre esa
nieve que no siento, que no siento y me está entrando por los
zapatos.
25 de
enero
Claro, vino Nora a verme y fue la escena. "M'hijita, la última
vez que te pido que me acompañes al piano. Hicimos un papelón".
Qué sabía yo de papelones, la acompañé como pude, me acuerdo que
la oía con sordina. Votre âme est un paysage choisi... pero me veía
las manos entre las teclas y parecía que tocaban bien, que
acompañaban honestamente a Nora. Luis María también me miró las
manos, el pobrecito, yo creo que era porque no se animaba a mirarme
la cara. Debo ponerme tan rara.
Pobre Norita, que la acompañe otra. (Esto parece cada vez más un
castigo, ahora sólo me conozco allá cuando voy a ser feliz, cuando
soy feliz, cuando Nora canta Fauré me conozco allá y no queda más
que el odio.)
Noche
A veces es ternura, una súbita y necesaria ternura hacia la que no
es reina y anda por ahí. Me gustaría mandarle un telegrama,
encomiendas, saber que sus hijos están bien o que no tiene hijos
—porque yo creo que allá no tengo hijos— y necesita
confortación, lástima, caramelos. Anoche me dormí confabulando
mensajes, puntos de reunión. Estaré jueves stop espérame puente.
¿Qué puente? Idea que vuelve como vuelve Budapest donde habrá
tanto puente y nieve que rezuma. Entonces me enderecé rígida en la
cama y casi aúllo, casi corro a despertar a mamá, a morderla para
que se despertara. Nada más que por pensar. Todavía no es fácil
decirlo. Nada más que por pensar que yo podría irme ahora mismo a
Budapest, si realmente se me antojara. O a Jujuy,o a Quetzaltenango.
(Volví a buscar estos nombres páginas atrás.) No valen, igual
sería decir Tres Arroyos, Kobe, Florida al cuatrocientos. Sólo
queda Budapest porque allí es el frío, allí me pegan y me
ultrajan. Allí (lo he soñado, no es más que un sueño, pero cómo
adhiere y se insinúa hacia la vigilia) hay alguien que se llama Rod
—o Erod, o Rodo— y él me pega y yo lo amo, no sé si lo amo pero
me dejo pegar, eso vuelve de día en día, entonces es seguro que lo
amo.
Más
tarde
Mentira. Soñé a Rod o lo hice con una imagen cualquiera de sueño,
ya usada y a tiro. No hay Rod, a mí me han de castigar allá, pero
quién sabe si es un hombre, una madre furiosa, una soledad.
Ir a buscarme. Decirle a Luis María: "Casémonos y me llevas
a Budapest, a un puente donde hay nieve y alguien." Yo digo ¿y
si estoy? (Porque todo lo pienso con la secreta ventaja de no querer
creerlo a fondo. ¿Y si estoy?). Bueno, si estoy... Pero solamente
loca, solamente... ¡Qué luna de miel!
28 de
enero
Pensé una cosa curiosa. Hace tres días que no me viene nada de la
lejana. Tal vez ahora no le pegan, o pudo conseguir abrigo. Mandarle
un telegrama, unas medias... Pensé una cosa curiosa. Llegaba a la
terrible ciudad y era de tarde, tarde verdosa y ácuea como no son
nunca las tardes si no se las ayuda pensándolas. Por el lado de la
Dobrina Stana, en la perspectiva Skorda, caballos erizados de
estalagmitas y polizontes rígidos, hogazas humeantes y flecos de
viento ensoberbeciendo las ventanas. Andar por la Dobrina con paso de
turista, el mapa en el bolsillo de mi sastre azul (con ese frío y
dejarme el abrigo en el Burglos), hasta una plaza contra el río,
casi encima del río tronante de hielos rotos y barcazas y algún
martín pescador que allá se llamará sbunáia tjéno o algo peor.
Después de la plaza supuse que venía el puente. Lo pensé y no
quise seguir. Era la tarde del concierto de Elsa Piaggio de Tarelli
en el Odeón, me vestí sin ganas sospechando que después me
esperaría el insomnio. Este pensar de noche, tan noche... Quién
sabe si no me perdería. Una inventa nombres al viajar pensando, los
recuerda en el momento: Dobrina Stana, sbunáia tjéno, Burglos. Pero
no sé el nombre de la plaza, es un poco como si de veras hubiese
llegado a una plaza de Budapest y estuviera perdida por no saber su
nombre; ahí donde un nombre es una plaza.
Ya voy, mamá. Llegaremos bien a tu Bach y a tu Brahms. Es un
camino tan simple. Sin plaza, sin Burglos. Aquí nosotras, allá Elsa
Piaggio. Qué triste haberme interrumpido, saber que estoy en una
plaza (pero esto ya no es cierto, solamente lo pienso y eso es menos
que nada). Y que al final de la plaza empieza el puente.
Noche
Empieza, sigue. Entre el final del concierto y el primer bis hallé
su nombre y el camino. La plaza Bladas, el puente de los mercados.
Por la plaza Bladas seguí hasta el nacimiento del puente, un poco
andando y queriendo a veces quedarme en casas o vitrinas, en chicos
abrigadísimos y fuentes con altos héroes de emblanquecidas
pelerinas, Tadeo Alanko y Vladislas Néroy, bebedores de tokay y
cimbalistas. Yo veía saludar a Elsa Piaggio entre un Chopin y otro
Chopin. pobrecita, y de mi platea se salía abiertamente a la plaza,
con la entrada del puente entre vastísimas columnas. Pero esto yo lo
pensaba, ojo, lo mismo que anagramar es la reina y... en vez de Alina
Reyes, o imaginarme a mamá en casa de los Suárez y no a mi lado. Es
bueno no caer en la zoncera: eso es cosa mía, nada más que dárseme
la gana, la real gana. Real porque Alina, vamos — No lo otro, no el
sentirla tener frío o que la maltratan. Esto se me antoja y lo sigo
por gusto, por saber adónde va, para enterarme si Luis María me
lleva a Budapest, si nos casamos y le pido que me lleve a Budapest.
Más fácil salir a buscar ese puente, salir en busca mía y
encontrarme como ahora, porque ya he andado la mitad del puente entre
gritos y aplausos, entre "¡Álbeniz!" y más aplausos y
"¡La polonesa!", como si esto tuviera sentido entre la
nieve arriscada que me empuja con el viento por la espalda, manos de
toalla de esponja llevándome por la cintura hacia el medio del
puente.
(Es más cómodo hablar en presente. Esto era a las ocho, cuando
Elsa Piaggio tocaba el tercer bis, creo que Julián Aguirre o Carlos
Guastavino, algo con pasto y pajaritos.) Pero me he vuelto canalla
con el tiempo, ya no le tengo respeto. Me acuerdo que un día pensé:
"Allá me pegan, allá la nieve me entra por los zapatos y esto
lo sé en el momento, cuando me está ocurriendo allá yo lo sé al
mismo tiempo. ¿Pero por qué al mismo tiempo? A lo mejor me llega
tarde, a lo mejor no ha ocurrido todavía. A lo mejor le pegarán
dentro de catorce años, o ya es una cruz y una cifra en el
cementerio de Santa Úrsula." Y me parecía bonito, posible, tan
idiota. Porque detrás de eso una siempre cae en el tiempo parejo. Si
ahora ella estuviera realmente entrando en el puente, sé que lo
sentiría ya mismo y desde aquí. Me acuerdo que me paré a mirar el
río que estaba como mayonesa cortada, batiendo contra los pilares,
enfurecidísimo y sonando y chicoteando. (Esto yo lo pensaba.) Valía
asomarse al parapeto del puente y sentir en las orejas la rotura del
hielo ahí abajo. Valía quedarse un poco por la vista, un poco por
el miedo que me venía de adentro —o era el desabrigo, la nevisca
deshecha y mi tapado en el hotel—. Y después que yo soy modesta,
soy una chica sin humos, pero vengan a decirme de otra que le haya
pasado lo mismo, que viaje a Hungría en pleno Odeón. Eso le da frío
a cualquiera, che, aquí o en Francia.
Pero mamá me tironeaba la manga, ya casi no había gente en la
platea. Escribo hasta ahí, sin ganas de seguir acordándome de lo
que pensé. Me va a hacer mal si sigo acordándome. Pero es cierto,
cierto; pensé una cosa curiosa.
30 de
enero
Pobre Luis María, qué idiota casarse conmigo. No sabe lo que se
echa encima. O debajo, como dice Nora que posa de emancipada
intelectual.
31 de
enero
Iremos allá. Estuvo tan de acuerdo que casi grito. Sentí miedo,
me pareció que él entra demasiado fácilmente en este juego. Y no
sabe nada, es como el peoncito de dama que remata la partida sin
sospecharlo. Peoncito Luis María, al lado de su reina. De la reina
y—
7 de
febrero
A curarse. No escrbiré el final de lo que había pensado en el
concierto. Anoche la sentí sufrir otra vez. Sé que allá me estarán
pegando de nuevo. No puedo evitar saberlo, pero basta de crónica. Si
me hubiese limitado a dejar constancia de eso por gusto, por
desahogo... Era peor, un deseo de conocer al ir releyendo; de
encontar claves en cada palabra tirada al papel después de esas
noches. Como cuando pensé la plaza, el río roto y los ruidos, y
después... Pero no lo escribo, no lo escribiré ya nunca.
Ir allá y convencerme de que la soltería me dañaba, nada más
que eso, tener veintisiete años y sin hombre. Ahora estará mi
cachorro, mi bobo, basta de pensar y a ser, al fin y para bien.
Y sin embargo, ya que cerraré este diario, porque una o se casa o
escribe un diario, las dos cosas no marchan juntas —Ya ahora no me
gusta salirme de él sin decir esto con alegría de esperanza, con
esperanza de alegría. Vamos allá pero no ha de ser como lo pensé
la noche del concierto. (Lo escribo, y basta de diario para bien
mío.) En el puente la hallaré y nos miraremos. La noche del
concierto yo sentía en las orejas la rotura del hielo ahí abajo. Y
será la victoria de la reina sobre esa adherencia maligna, esa
usurpación indebida y sorda. Se doblegará si realmente soy yo, se
sumará a mi zona iluminada, más bella y cierta; con sólo ir a su
lado y apoyarle una mano en el hombro.
Alina Reyes de Aráoz y su esposo llegaron a Budapest el 6 de abril
y se alojaron en el Ritz. Eso era dos meses antes de su divorcio. En
la tarde del segundo día Alina salió a conocer la ciudad y el
deshielo. Como le gustaba caminar sola —era rápida y curiosa—
anduvo por veinte lados buscando vagamente algo; pero sin
proponérselo demasiado, dejando que el deseo escogiera y se
expresara con bruscos arranques que la llevaban de una vidriera a
otra, cambiando aceras y escaparates.
Llegó al puente y lo cruzó hasta el centro, andando ahora con
trabajo porque la nieve se oponía y del Danubio crece un viento de
abajo, difícil, que engancha y hostiga. Sentía cómo la pollera se
le pegaba a los muslos (no estaba bien abrigada) y de pronto un deseo
de dar vuelta, de volverse a la ciudad conocida. En el centro del
puente desolado la harapienta mujer de pelo negro y lacio esperaba
con algo fijo y ávido en la cara sinuosa, en el pliegue de las manos
un poco cerradas pero ya tendiéndose. Alina estuvo junto a ella
repitiendo, ahora lo sabía, gestos y distancias como después de un
ensayo general. Sin temor, liberándose al fin —lo creía con un
salto terrible de júbilo y frío— estuvo junto a ella y alargó
también las manos, negándose a pensar, y la mujer del puente se
apretó contra su pecho y las dos se abrazaron rígidas y calladas en
el puente, con el río trizado golpeando en los pilares.
A Alina le dolió el cierre de la cartera que la fuerza del abrazo
le clavaba entre los senos con una laceración dulce, sostenible.
Ceñía a la mujer delgadísima, sintiéndola entera y absoluta
dentro de su abrazo, con un crecer de felicidad igual a un himno, a
un soltarse de palomas, al río cantando. Cerró los ojos en la
fusión total, rehuyendo las sensaciones de fuera, la luz
crepuscular; repentinamente tan cansada, pero segura de su victoria,
sin celebrarlo por tan suyo y por fin.
Le pareció que dulcemente una de las dos lloraba. Debía ser ella
porque sintió mojadas las mejillas, y el pómulo mismo doliéndole
como si tuviera allí un golpe. También el cuello, y de pronto los
hombros, agobiados por fatigas incontables. Al abrir los ojos (tal
vez gritaba ya) vio que se habían separado. Ahora sí gritó. De
frío, porque la nieve le estaba entrando por los zapatos rotos,
porque yéndose camino de la plaza iba Alina Reyes lindísima en su
sastre gris, el pelo un poco suelto contra el viento, sin dar vuelta
la cara y yéndose.
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