Colinas como elefantes blancos (1927) Ernest Hemingway
Colinas
como elefantes blancos
Ernest
Hemingway
Hills
like white elephants (1927)
Del otro lado del valle
del Ebro, las colinas eran largas y blancas. De este lado no había
sombra ni árboles y la estación se alzaba al rayo del sol, entre
dos líneas de rieles. Junto a la pared de la estación caía la
sombra tibia del edificio y una cortina de cuentas de bambú colgaba
en el vano de la puerta del bar, para que no entraran las moscas.
Elnorteamericano y la muchacha que iba con él tomaron asiento en una
mesa a la sombra, fuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso
de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía dos minutos
en este entronque y luego seguía hacia Madrid.
-¿Qué tomamos?
-preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había
puesto sobre la mesa.
-Hace calor -dijo el
hombre.
-Tomemos cerveza.
-Dos cervezas -dijo el
hombre hacia la cortina.
-¿Grandes? -preguntó
una mujer desde el umbral.
-Sí. Dos grandes.
La mujer trajo dos tarros
de cerveza y dos portavasos de fieltro. Puso en la mesa los
portavasos y los tarros y miró al hombre y a la muchacha. La
muchacha miraba la hilera de colinas. Eran blancas bajo el sol y el
campo estaba pardo y seco.
-Parecen elefantes
blancos -dijo.
-Nunca he visto uno -el
hombre bebió su cerveza.
-No, claro que no.
-Nada de claro -dijo el
hombre-. Bien podría haberlo visto.
La muchacha miró la
cortina de cuentas.
-Tiene algo pintado
-dijo-. ¿Qué dice?
-Anís del Toro. Es una
bebida.
-¿Podríamos probarla?
-Oiga -llamó el hombre a
través de la cortina.
La mujer salió del bar.
-Cuatro reales.
-Queremos dos de Anís
del Toro.
-¿Con agua?
-¿Lo quieres con agua?
-No sé -dijo la
muchacha-. ¿Sabe bien con agua?
-No sabe mal.
-¿Los quieren con agua?
-preguntó la mujer.
-Sí, con agua.
-Sabe a orozuz -dijo la
muchacha y dejó el vaso.
-Así pasa con todo.
-Sí-dijo la muchacha-.
Todo sabe a orozuz. Especialmente las cosas que uno ha esperado tanto
tiempo, como el ajenjo.
-Oh, basta ya.
-Tú empezaste -dijo la
muchacha-. Yo me divertía. Pasaba un buen rato.
-Bien, tratemos de pasar
un buen rato.
-De acuerdo. Yo trataba.
Dije que las montañas parecían elefantes blancos. ¿No fue
ocurrente?
-Fue ocurrente.
-Quise probar esta
bebida. Eso es todo lo que hacemos, ¿no? ¿Mirar cosas y probar
bebidas?
-Supongo.
La muchacha contempló
las colinas.
-Son preciosas colinas
-dijo-. En realidad no parecen elefantes blancos. Sólo me refería
al color de su piel entre los árboles.
-¿Tomamos otro trago?
-De acuerdo.
El viento cálido
empujaba contra la mesa la cortina de cuentas.
-La cerveza está buena y
fresca -dijo el hombre.
-Es preciosa -dijo la
muchacha.
-En realidad se trata de
una operación muy sencilla, Jig -dijo el hombre-. En realidad no es
una operación.
La muchacha miró el piso
donde descansaban las patas de la mesa.
-Yo sé que no te va a
afectar, Jig. En realidad no es nada. Sólo es para que entre el
aire.
La muchacha no dijo nada.
-Yo iré contigo y estaré
contigo todo el tiempo. Sólo dejan que entre el aire y luego todo es
perfectamente natural.
-¿Y qué haremos
después?
-Estaremos bien después.
Igual que como estábamos.
-¿Qué te hace pensarlo?
-Eso es lo único que nos
molesta. Es lo único que nos hace infelices.
La muchacha miró la
cortina de cuentas, extendió la mano y tomó dos de las sartas.
-Y piensas que estaremos
bien y seremos felices.
-Lo sé. No debes tener
miedo. Conozco mucha gente que lo ha hecho.
-Yo también -dijo la
muchacha-. Y después todos fueron tan felices.
-Bueno -dijo el hombre-,
si no quieres no estás obligada. Yo no te obligaría si no
quisieras. Pero sé que es perfectamente sencillo.
-¿Y tú de veras
quieres?
-Pienso que es lo mejor.
Pero no quiero que lo hagas si en realidad no quieres.
-Y si lo hago, ¿serás
feliz y las cosas serán como eran y me querrás?
-Te quiero. Tú sabes que
te quiero.
-Sí, pero si lo hago,
¿volverá a parecerte bonito que yo diga que las cosas son como
elefantes blancos?
-Me encantará. Me
encanta, pero en estos momentos no puedo disfrutarlo. Ya sabes cómo
me pongo cuando me preocupo.
-Si lo hago, ¿nunca
volverás a preocuparte?
-No me preocupará que lo
hagas, porque es perfectamente sencillo.
-Entonces lo haré.
Porque yo no me importo.
-¿Qué quieres decir?
-Yo no me importo.
-Bueno, pues a mí sí me
importas.
-Ah, sí. Pero yo no me
importo. Y lo haré y luego todo será magnífico.
-No quiero que lo hagas
si te sientes así.
La muchacha se puso en
pie y caminó hasta el extremo de la estación. Allá, del otro lado,
había campos de grano y árboles a lo largo de las riberas del Ebro.
Muy lejos, más allá del río, había montañas. La sombra de una
nube cruzaba el campo de grano y la muchacha vio el río entre los
árboles.
-Y podríamos tener todo
esto -dijo-. Y podríamos tenerlo todo y cada día lo hacemos más
imposible.
-¿Qué dijiste?
-Dije que podríamos
tenerlo todo.
-Podemos tenerlo todo.
-No, no podemos.
-Podemos tener todo el
mundo.
-No, no podemos.
-Podemos ir adondequiera.
-No, no podemos. Ya no es
nuestro.
-Es nuestro.
-No, ya no. Y una vez que
te lo quitan, nunca lo recobras.
-Pero no nos los han
quitado.
-Ya veremos tarde o
temprano.
-Vuelve a la sombra -dijo
él-. No debes sentirte así.
-No me siento de ningún
modo -dijo la muchacha-. Nada más sé cosas.
-No quiero que hagas nada
que no quieras hacer…
-Ni que no sea por mi
bien -dijo ella-. Ya sé. ¿Tomamos otra cerveza?
-Bueno. Pero tienes que
darte cuenta…
-Me doy cuenta -dijo la
muchacha.- ¿No podríamos callarnos un poco?
Se sentaron a la mesa y
la muchacha miró las colinas en el lado seco del valle y el hombre
la miró a ella y miró la mesa.
-Tienes que darte cuenta
-dijo- que no quiero que lo hagas si tú no quieres. Estoy
perfectamente dispuesto a dar el paso si algo significa para ti.
-¿No significa nada para
ti? Hallaríamos manera.
-Claro que significa.
Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero que nadie se
interponga. Y sé que es perfectamente sencillo.
-Sí, sabes que es
perfectamente sencillo.
-Está bien que digas
eso, pero en verdad lo sé.
-¿Querrías hacer algo
por mi?
-Yo haría cualquier cosa
por ti.
-¿Querrías por favor
por favor por favor por favor callarte la boca?
Él no dijo nada y miró
las maletas arrimadas a la pared de la estación. Tenían etiquetas
de todos los hoteles donde habían pasado la noche.
-Pero no quiero que lo
hagas -dijo-, no me importa en absoluto.
-Voy a gritar -dijo la
muchacha.
La mujer salió de la
cortina con dos tarros de cerveza y los puso en los húmedos
portavasos de fieltro.
-El tren llega en cinco
minutos -dijo.
-¿Qué dijo? -preguntó
la muchacha.
-Que el tren llega en
cinco minutos.
La muchacha dirigió a la
mujer una vívida sonrisa de agradecimiento.
-Iré llevando las
maletas al otro lado de la estación -dijo el hombre. Ella le sonrió.
-De acuerdo. Ven luego a
que terminemos la cerveza.
Él recogió las dos
pesadas maletas y las llevó, rodeando la estación, hasta las otras
vías. Miró a la distancia pero no vio el tren. De regresó cruzó
por el bar, donde la gente en espera del tren se hallaba bebiendo.
Tomó un anís en la barra y miró a la gente. Todos esperaban
razonablemente el tren. Salió atravesando la cortina de cuentas. La
muchacha estaba sentada y le sonrió.
-¿Te sientes mejor?
-preguntó él.
-Me siento muy bien -dijo
ella-. No me pasa nada. Me siento muy bien.
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